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Habrá trabajo, pero de mala calidad
Antonio Anton
23-10-2019
Artículo extraído de Ctxt - 8 de Mayo de 2019
Antonio Antón
Habrá trabajo, pero de mala calidad
(CTXT, 8 de mayo de 2019).
Desde hace décadas persiste el debate sobre el futuro del trabajo y, más
específicamente, del empleo, derivado de la revolución tecnológica. Ahora se ha
acelerado. El diagnóstico convencional es la disminución cuantitativa del empleo
normalizado, aun admitiendo la persistencia de una gran cantidad de trabajo
(reproductivo y social) no regulado o sumergido, especialmente a nivel mundial.
Paralelamente, la crisis socioeconómica y las políticas de ajuste y austeridad
aplicadas en esta última década han ocasionado graves consecuencias sociolaborales:
paro masivo, precarización del empleo, devaluación salarial, segmentación y
segregación y desequilibrio en las relaciones laborales. Disminuye el empleo decente o
de calidad y se genera empobrecimiento, desigualdad e incertidumbre.
Por tanto, hay que volver a analizar con realismo estas tendencias, hacer frente a
los prejuicios convencionales y explicar sus implicaciones sociolaborales y normativas.
Primero, las tendencias del empleo mundial. Segundo, el impacto tecnológico en el
empleo señalando que el problema principal es el tipo de poder. Tercero, una de sus
implicaciones normativas: la renta básica. Termino con unas conclusiones.
Las tendencias del empleo mundial
Comienzo por detallar la evolución del empleo mundial, con datos oficiales de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), durante el último periodo de treinta años,
suficiente para analizar los impactos de la crisis económica iniciada en el año 2008, así
como la influencia de la innovación tecnológica -Los datos de los gráficos son en
millones y a partir de 2018 son proyecciones de la propia OIT-.
Gráfico 1: Evolución del empleo mundial, total y por sexo (1991-2020)
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El gráfico 1 señala su evolución total y por sexo. La línea en los tres casos es
ascendente, con un incremento total de unos mil millones: hay un incremento de más
del 40%, desde unos dos mil trescientos hasta los actuales tres mil trescientos millones,
con una evidente brecha por sexo y su ligera ampliación.
El gráfico 2 expone la diferencia por edad, entre el segmento de 15-24 años en
que se mantiene en torno a 500 millones, con un ligero descenso derivado de la
ampliación de la escolaridad, junto con un ascenso significativo de la población
empleada de más de 25 años que se incrementa en unos 1.300 millones (75%), hasta
alcanzar cerca de los 3.000 millones.
Gráfico 2: Evolución del empleo mundial, por edad (1991-2020)
El gráfico 3 explica la evolución del desempleo, total y por sexo. Entre los años
1990, con poco más de 100 millones, y 2003, con 173 millones, hay un ligero y
continuado aumento que se invierte un poco en el corto espacio entre 2004 y el
comienzo de la crisis de 2008, año en que se produce un fuerte incremento hasta cerca
de 180 millones, manteniéndose desde entonces en torno a 172 millones de personas
desempleadas, tal como calcula la OIT para 2018, con una tasa de desempleo del 5,0 por
ciento. Así, ‘es llamativo que esa tasa pasara del 5,0 por ciento en 2008 al 5,6 por ciento
en 2009, en solo un año, y que la recuperación hasta los niveles predominantes antes de
la crisis financiera mundial haya tardado un total de nueve años’.
Por otro lado, siguiendo con el último informe de la OIT, la tasa de participación
laboral femenina fue del 48 por ciento en 2018, muy inferior a la masculina, que fue del
75 por ciento; vale decir que, en 2018, alrededor de tres de cada cinco de los
3.500 millones de integrantes de la fuerza de trabajo mundial eran varones. La
evolución hacia el cierre de la brecha de género en las tasas de participación tuvo un
lapso de rápida mejora que se prolongó hasta 2003 pero luego se estancó. Los
alarmantes 27 puntos porcentuales de disparidad registrados en 2018 en la participación
laboral debieran impulsar medidas políticas destinadas a mejorar la igualdad de género
en los mercados de trabajo del mundo y también a potenciar las capacidades de las
personas.
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En general, las tasas de participación laboral entre los adultos vienen
reduciéndose desde hace veinticinco años; esa reducción es aún más pronunciada entre
las personas jóvenes de entre 15 y 24 años. Se calcula que esta tendencia descendente
continuará en el futuro. La paradoja es que, aunque crece el empleo entre las personas
adultas, el incremento de la población es mayor.
Gráfico 3. Evolución del desempleo mundial, total y por sexo (1991-2020)
Otro indicador significativo es sobre la evolución última de la tasa de actividad
total desde 1990 (67%), con un repunte hasta el año 2005 (68,4%) y una bajada
posterior por el impacto de la crisis hasta 2018 (67,3%), en que el porcentaje se sitúa en
un valor similar al del año 1990. En estas tres décadas, se ha mantenido una tasa de
actividad algo superior a los dos tercios de la población de 15 a 64 años, aunque hay
diferencias significativas por sexo.
La tasa de actividad masculina va descendiendo ligeramente en todo el periodo
de una forma gradual (entre paréntesis el porcentaje de participación en la fuerza
laboral, que es algo superior al integrarse la llamada ‘fuerza de trabajo potencial’, un
grupo clasificable como fuerza de trabajo subutilizada, que suma unos 140 millones de
personas). En el año 1990 es del 80% (84,2%), va bajando hasta el año 2005, con el
77,4% (82,1%), y lo continúa haciendo hasta el año 2018, con el 75% (80,6%).
La tasa de actividad femenina es inferior en más de 21 puntos respecto de la
masculina, aunque la desventaja ha disminuido algo desde los 28 puntos del año 1990.
Además, se mantiene casi igual entre los años 1990, con el 51,4% (56,2%), y 2005, con
el 51,1% (56%), pero baja de forma significativa con la crisis económica hasta situarse
en el 48,5% (53,7%) en el año 2018.
Por último, hay que precisar el tipo de empleo que se está creando y
destruyendo, con datos de la OCDE, analizando la variación porcentual de los empleos,
por niveles de cualificación, comparando la de España con la de otros países
desarrollados (Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y EEUU). Destaca que, en las dos
décadas entre 1995-2015, ha habido una alta destrucción del empleo de cualificación
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media en todos los países y una creación en los dos extremos: significativa de los
empleos muy cualificados y limitada de los menos cualificados. En España las dos
tendencias se acentúan: la destrucción del empleo de cualificación media alcanza al
13% cuando la media de los otros países está en el 9%; y del muy cualificado crece más,
el 10%, cuando la media del resto está en torno al 6%; no habiendo diferencias
significativas en el limitado crecimiento (inferior al 5%) del empleo menos cualificado.
En definitiva, el empleo no toca a su fin, sino que se reestructura. Su crecimiento
a nivel internacional es significativo, aunque la población mundial crece a un mayor
ritmo y, particularmente, en la franja de edad de 15 a 25 años se reduce algo, debido al
aumento de la edad en la escolarización, entre otras cosas. El problema principal es su
precarización, no su desaparición; por tanto, el objetivo es más bien la garantía para un
empleo decente. Según los Informes de la OIT, un total de 2.000 millones de
trabajadores/as estaban en el empleo informal en 2016, el 61 por ciento de la población
activa mundial. Otro claro indicio de la mala calidad de muchos empleos es que en 2018
más de una cuarta parte de personas trabajadoras de países de ingreso bajo y de ingreso
mediano bajo vivían en situación de pobreza extrema o de pobreza moderada. Las
políticas de protección al desempleo y contra la precariedad laboral y la pobreza tienen
que ser complementarias con la relevancia que todavía tiene el empleo, combatir su
inseguridad y sus límites para garantizar unas condiciones de vida dignas y tratar el
conjunto del trabajo, incluido el no mercantil.
El problema es de poder, no tecnológico
En el actual contexto de desigualdad el sentido y la dimensión del impacto de la
revolución tecnológica en el empleo depende de la orientación política del poder
económico-financiero e institucional, respecto de la regulación de la globalización
neoliberal y las características de las políticas públicas. Solamente cito algunas
valoraciones recientes y relevantes, complementarias a las investigaciones propias:
Paul Krugman crítica la visión ‘tecnológica’ de la precarización del trabajo, los
bajos salarios y el paro. Su causa es política y de poder.
Similar valoración sobre la importancia del contexto político para determinar el
sentido del impacto tecnológico es la de Vicenç Navarro, que insiste en la importancia
de las relaciones de poder en los procesos de producción, distribución e información.
Por otro lado, tal como enfatiza Albert Recio, al criticar la idea del supuesto fin
del trabajo, hay que revalorizar la importancia del trabajo no mercantil y el reparto
equitativo de toda la carga social.
El futuro del trabajo y las rentas básicas
Parto del actual contexto de empobrecimiento general, paro masivo, desarrollo
tecnológico y debilitamiento del empleo y los sistemas de protección social, en
particular, frente al desempleo y la pobreza. Esta etapa neoliberal constituye una quiebra
del anterior pacto keynesiano y de la garantía para mantener unas condiciones de vida
dignas a través de los dos pilares convencionales: empleo y protección pública.
Hay dos visiones sobre la relevancia del trabajo en el futuro. Por una parte, su
persistencia, su reestructuración y segmentación interna y su precariedad, con la
responsabilidad del actual poder político y su estrategia neoliberal. Por otra parte, el
determinismo tecnológico de la desaparición del empleo, con la simple adaptación a la
dinámica económica y la subordinación popular
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En correspondencia, existen dos modelos de rentas básicas o sociales que
pretenden superar el actual sistema de rentas mínimas de inserción (y prestaciones de
desempleo), de limitado alcance y cobertura, frente al deterioro del empleo y el Estado
de bienestar, la protección social convencional, como fuente de rentas suficientes.
Por un lado, una renta básica de carácter universal e incondicional,
independiente del empleo y las condiciones sociales de las personas, pero sin la
prioridad de transformar la desigualdad social y con diversidad de posiciones ante el
poder económico y la fiscalidad. Por otro lado, un plan de garantías de rentas sociales
que busca afrontar la vulnerabilidad social y la pobreza y fomentar la integración social,
la equidad, y la ciudadanía social, renovando el contrato social de reciprocidad de
derechos y deberes y la función del trabajo. El debate dura más de tres décadas. Tal
como he mantenido durante ese tiempo, considero más razonable la segunda opción.
Conclusiones
Hay dos ideas deterministas complementarias, planteadas como inevitables:
disminución del empleo (y trabajo) existente, y su precarización. Supondría una gran
transformación de su papel para la articulación social, como mecanismo de acceso a
rentas y condiciones necesarias para vivir dignamente y soporte del contrato social y el
pacto keynesiano, base del Estado de bienestar, los sistemas de protección social, así
como de la cohesión cívica y la democracia.
Esas posiciones expresan una parte de la realidad, pero tienen una función
ideológica: enmascarar y justificar la consolidación del poder neoliberal con la actual
dinámica de globalización desbocada y la subordinación de las clases populares y las
fuerzas progresistas; pretenden generar resignación y adaptabilidad e impedir una
transformación sociopolítica emancipadora.
La realidad es diferente: persiste un gran volumen de empleo, con una
precarización mayoritaria y una segmentación mayor, con un crecimiento paralelo del
empleo muy cualificado. Ello supone la persistencia de la problemática del trabajo y la
necesidad de garantizar empleo decente y fortalecer los sistemas de protección social
pública y el Estado de bienestar, en la perspectiva de una democracia social avanzada.



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