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Fukushima o el horror


Fukushima o el horror
   Los terribles sucesos de Fukushima han puesto en primer plano el debate de los pros y contras de la energía nuclear.
Un debate que coge impulso cada vez que ocurre un incidente en una central nuclear o se diseña un cementerio para sus milenarios residuos.
Desde SOLIDARI hemos querido conocer más de cerca lo ocurrido en Japón, y a la vez queremos hacer de caja de resonancia de las reflexiones antinucleares más interesantes. En este caso de Paco Castejón, activista social, gran conocedor del mundo nuclear y colaborador de SOLIDARI. Una de las principales voces del movimiento antinuclear en España.


FUKUSHIMA O EL HORROR

No es probable que se produzca un terremoto de grado 9 en la escala de Ritcher, seguido de un tsunami. Pero ha ocurrido. Y lo ha hecho afectando de forma seria a los seis reactores nucleares de la central de Fuskushima-Daichii, unos 250 km al norte de Tokio. Es un ejemplo de cómo no se puede prever todo y de cómo los sucesos catastróficos, por improbables que puedan parecer, acaban por ocurrir y por afectar a las personas y puede que a las instalaciones nucleares.

Las centrales nucleares son inherentemente inseguras, puesto que es necesario mantener de forma activa el control de los parámetros del reactor para evitar perder que se dispare la reacción en cadena, de la que se extrae la energía. Basta con que fallen algunos sistemas claves para que se produzca un accidente de graves consecuencias. Los defensores de la energía nuclear argumentan que el riesgo de que se produzcan fenómenos extremos que generen accidentes son muy poco frecuentes. Sin embargo, acaban por ocurrir, con las consecuencias que ya conocimos en Chernobil, o que se están poniendo de manifiesto ahora en Japón. Aunque sean muy improbables, son tan catastróficos que es mejor no tentar a la suerte. No basta con extremar las medidas de seguridad, puesto que la seguridad al 100% no se puede garantizar: siempre habrá resquicios y la posibilidad de errores humanos.

Es, por tanto, imposible controlar todos los riesgos, máxime en instalaciones tan complejas como las centrales nucleares. Se puede decir que aunque la probabilidad de accidente sea pequeña, las consecuencias de este serían tan graves que no parece sensato seguir apostando por esta fuente de energía. Los beneficios que aporta la energía nuclear se ven claramente superados por sus inconvenientes. Cabe objetar a este razonamiento que, pese a todo, se podría asumir estos riesgos, puesto que la probabilidad de accidente es baja y que en nuestras vidas estamos sometidos a otros peligros. Sin embargo, la asunción del riesgo ha de ser voluntaria y nunca nadie ha preguntado a la población en nuestro país si está de acuerdo con aceptar el riesgo que supone tener las centrales nucleares en funcionamiento.

El terremoto hace que los reactores paren automáticamente, pero el tsunami destroza los sistemas de refrigeración, que no son capaces de evacuar el calor del núcleo con el riesgo consiguiente de que se funda. Para evitar esto se inyecta agua de mar. Ésta produce hidrógeno en contacto con el metal caliente, que ha dado lugar a sendas explosiones en los reactores 1, 2 y 3. Además se producen incendios en los otros tres reactores. La primera consecuencia de todo esto es una nube radiactiva que viaja cientos de km y alcanza la ciudad de Tokio, con más de 30 millones de habitantes, y que hace que las dosis radiactivas en la proximidad de la central llegan a superar en un factor mil los límites legales. El nivel de radiación en Tokio es un factor 8 el normal. La segunda consecuencia es que, cuando se escriben estas líneas, existe una enorme incertidumbre sobre la situación de los reactores y se desconoce si acabarán por fundirse, por romper las barreras de contención y con expulsar su enorme cantidad de radiactividad al medio, contaminando así el aire, el suelo y el agua. En estos momentos ya podemos decir que estamos ante el segundo accidente nuclear más grave de todos los tiempos, tras el de Chernobil. El accidente de Fukushima se podría clasificar con un nivel 6 en la escala INES de sucesos nucleares, cuyo máximo es 7, que se otorgó al accidente de Chernobil.

La nube radiactiva y la incertidumbre sobre el control de los reactores suponen un sufrimiento adicional para la población de la zona, que viene a sumarse al originado por el terremoto y el tsunami. La existencia de esta central nuclear ha agravado la situación de estas gentes que ya de por sí experimentan un gran dolor. La opinión pública japonesa era ya muy sensible ante todo lo que tienen que ver con el uso militar d la tecnología militar, dado el precedente de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Es seguro que a partir de este momento lo será también a la tecnología nuclear para uso civil. El de Fuskushima es el tercer accidente nuclear grave que sufre Japón en poco más de una década. Tras el de Tokaimura en 1999, con cuatro trabajadores muertos, y el de la central de Kashiwazaki-Kariwa, que supuso la fuga de 1400 litros de agua radiactiva. TEPCO es la empresa propietaria de esta central de la que nos preocupa hoy. La paciencia de la paciente población japonesa podría haberse agotado.

La reacción en España y Europa ante el accidente se puede calificar de ridícula. Había que ver a supuestos expertos pro-nucleares diciendo que en realidad todo estaba bajo control y que la radiactividad que se había escapado era insignificante. Se llegó a decir que las centrales japonesas eran tan prefectas que habían soportado un terremoto. También cabe mencionar la actitud de los políticos españoles que pocos días antes del accidente defendían esta fuente de energía que mantuvieron un “perfil bajo” tras el accidente, sin modificar sus posturas anteriores y limitándose a demandar más seguridad en nuestras centrales. En la Unión europea se pudieron encontrar posturas como la de Angela Merkel que cerró cautelarmente siete de las 17 centrales nucleares alemanas, Suiza que revocó las licencias de construcción de tres reactores y Austria ha requerido realizar pruebas extras en las nucleares. Por eso mismo contrasta la postura tibia de nuestros políticos. Parece claro que el lobby nuclear español tiene más poder sobre nuestros políticos que el de otros países.

Francisco Castejón




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